Memorias de un jubilado – 10
El Dr. Achi
Cuando se abrió la
puerta de la sala de emergencia de la Clínica Kennedy, un doctor preguntó por
los familiares de la señora Nelly Wilches,
-Yo soy el
esposo - le dije enseguida
Nos hizo pasar,
a mí y a mis hijas, para explicarnos la terrible realidad de la situación de
Nelly, pedí que pase también mi cuñado Marcelo y Ernesto que acompañaba a mi
hija Sole. El Doctor nos explicó cómo debía realizar la operación, tenía que
entrar por la arteria de la ingle con un catéter que tiene en su extremo una
cámara diminuta que envía todas las imágenes a su computadora, para llegar a
las arterias del cerebro que se habían roto, e intentar sellarlas por dentro
con una sustancia desconocida para mí, la otra alternativa nos dijo, es la
operación desde el exterior, abriendo el cráneo, limpiando la sangre derramada
en el cerebro y sellando las arterias, con alto riesgo de causar daños
colaterales en el cerebro, pero ese tipo de operación tendría que ser realizada
por otro especialista.
Tuve que tomar
la decisión en ese instante, la vida de Nelly dependía de eso, no había tiempo
para buscar otro especialista y la sola idea de abrir el cráneo me parecía
terrible, eran las 2h30 del martes 13 de septiembre del año 2011,
–Doctor pongo la
vida de mi esposa en sus manos–
–Yo voy a hacer
todo lo que sé, pero la vida de su esposa está en manos de Dios– me respondió.
Él era el
neurocirujano Dr. Jimmy Achi, joven, terriblemente joven para nuestra
preocupación, de buen tipo, y de un hablar categórico que denotaba un conocimiento
profundo, y transmitía confianza, y nos explicó que Nelly había sufrido un
aneurisma, con un derrame cerebral gravísimo, y que solamente dos de cada diez
personas sobreviven, e inclusive nos dijo que, aún cuando saliera todo bien en
la operación, los cinco días siguientes eran de mucho riesgo, pues se puede provocar un infarto cerebral. Se decidió
ingresarla enseguida para el trámite preoperatorio, y se definió la hora de la
operación, siete de la mañana, nos dijo que la operación podría durar tres
horas.
Por las clases
en la UEES decidimos adelantar el cumpleaños de Sole al domingo 4 de septiembre
con un almuerzo en los exteriores de nuestra casa en Machala, ella viajó desde
Guayaquil con Ernesto, y no podíamos imaginar todo lo que nos tenía preparado
el destino después de disfrutar de ese almuerzo en familia. El lunes 5 la
llamamos por teléfono para felicitarla otra vez. El martes 6 de septiembre del
2011 fundía con hormigón de Holcim y malla electrosoldada, el patio de la
construcción del Dr. Tito Villalta alrededor de la piscina, y en el borde de
ésta nos subimos para no interferir con el trabajo de los maestros ni con la
tubería que conduce el hormigón, el jacuzzi tiene un desnivel para formar una
caída de agua hacia la piscina, mientras estaba conversando con Tito de las
necesidades de la construcción para los siguientes días, tropecé en ese desnivel
y caí.
Tito intentó
alcanzarme pero no pudo, caí de cabeza hasta el fondo de la piscina en
construcción sin hacer ningún movimiento
para intentar disminuir el golpe con brazos y piernas –simplemente me dejé caer–
En dos ocasiones hemos conversado al respecto, pues no es comprensible que no
haya realizado algún intento para evitar o disminuir el golpe, y él se ratifica,
que en su criterio, al caer, yo ya estaba inconsciente.
Al despertar he
gritado por el dolor –de esto no recuerdo nada, me lo contó Tito– atravesamos
la construcción caminando hasta su carro, me ingresó por emergencia en la
Clínica de Traumatología de Machala, me realizaron tomografías, radiografías, y
no sé qué otros exámenes, y cuando me iban a trasladar a una habitación de la
clínica, recobré la conciencia. Recuerdo que el Dr. Veintimilla, traumatólogo,
y el Dr. Valarezo, neurólogo, me hablaban y al acomodarme en la cama me dieron
el diagnóstico: tenía un derrame cerebral por el golpe a la altura de la sien
en el lado derecho de mi cabeza, y la clavícula derecha fracturada, me habían
puesto un cuello ortopédico y un inmovilizador en el brazo y debían hacerme, al
siguiente día, una encefalografía, existía la posibilidad de que ya no haya más
derrame y la sangre pudiera ser reabsorbida por el cerebro, o que la sangre
continúe saliendo, provocando un cuadro clínico complicado que tenía que
resolverse con una operación al cerebro. Me preguntaron si fumaba, les respondí
que no, me preguntaron si bebía, y les respondí con toda sinceridad:
–No tanto como
yo quisiera–
Al siguiente día
Tito me dijo, como doctor y como amigo, que sería conveniente que resuelva
enseguida si viajaba a Guayaquil para una posible operación en el cerebro, ya
que, si el derrame continuaba, los síntomas serían vómitos, fuertes dolores de
cabeza, pérdida de la conciencia y hasta coma cerebral, y en Machala no habían
los equipos necesarios para una operación al cerebro. La encefalografía
realizada ese miércoles dio un resultado positivo, el cuadro clínico no se
había agravado, había esperanza de que la sangre sea reabsorbida, y decidí
esperar los resultados de los exámenes de los siguientes días. Tuve suerte, el
sábado 10 de septiembre, me permitieron ir a mi casa, pero debía regresar el martes
para otra tomografía. Jimena y los niños llegaron de Cuenca, mami, de Guayaquil,
enseguida que se enteraron del accidente, pero al verme en proceso de
recuperación se regresaron el sábado, dejándome ya en casa, sin saber que la
historia recién comenzaba.
Ese martes 6 de
septiembre Nelly realizaba sus actividades en la casa, cuando escuchó que
llamaban a la puerta, era el maestro de obra de la construcción, quien no
hallaba la forma de darle la noticia, ella se dio cuenta enseguida que pasaba
algo malo, al enterarse corrió hacia la clínica, entró en la habitación, me
abrazó, y al conocer el diagnóstico médico, comprendió la gravedad del asunto, –en ese momento comenzó el problema para
Nelly– conociéndola como la conozco, sé que no podía apartar de su mente los
riesgos y los temores por una complicación. Ella no podía manejar el carro desde
el accidente del 2007, todas las actividades cotidianas se complicaron desde
el sábado 10 que regresamos a la casa, el lunes tuvo que ir en taxi para
realizar una gestión en el centro, y al final de la tarde, al comisariato para
hacer las compras de la semana, cuando sentí que el taxi la dejaba en la puerta
con todas las fundas en el suelo, baje para ayudar a ingresarlas y eso provocó
una reacción fuerte en ella pues me decía que yo no podía moverme y menos bajar
escaleras –es verdad, así lo había dicho el médico–, al llegar la noche me
preparó algo para comer y al entrar al dormitorio y ver la luz y la tele
apagadas, y yo sentado en mi sillón despierto, se angustió pues supuso que algo
no estaba bien, siendo yo un asiduo televidente, dueño absoluto del control
remoto.
–Algo te pasa–
me dijo, –si estás mal debes volver a la clínica.
–Solamente
pretendía descansar, no es para tanto– le contesté enseguida.
Pero si era para
tanto y más, Nelly bajó mal, debía tener una presión tremenda en su cerebro, y
luego de un momento la escuché quejarse, bajé la escalera y la encontré
recostada en un mueble de la sala, quejándose de un fuerte dolor de cabeza, no
sabía qué hacer, estaba solo, Marcela había salido al gimnasio y Carlitos se
había quedado dormido en su cuarto, como el dolor aumentaba, ella me dijo con
voz entrecortada:
–Creo que me va
a dar un derrame, llama a un médico, ya no aguanto el dolor de cabeza–
Llamé de
inmediato a Tito y llegó enseguida –gracias a Dios estaba caminando en el
parque junto a mi casa, con su esposa Marta– la examinó y se dio cuenta
enseguida de la gravedad de la situación, –y me lo dijo– Nelly empezó a vomitar
agua, una y otra vez, y ya no respondía, entró enseguida en coma. Llegó Marcela
y entre los tres la llevaron al carro para ir a la clínica, nunca en mi vida
había sentido tanta desesperación y tanta impotencia pues no podía ayudar con la
fractura de mi clavícula, y mi cuello inmovilizado por el derrame. Me vestí como
pude y pedí un taxi para ir a la clínica, Nelly estaba inconsciente en la sala
de emergencias, le habían hecho una tomografía y se había comprobado el
diagnóstico de Tito: aneurisma, un derrame cerebral.
El Dr. Romero y
su esposa, propietarios de la clínica, me estaban esperando, debía llevarla de
inmediato a Guayaquil para operarla, en Machala no había los equipos necesarios
para esta operación, la Dra. Romero me dijo:
–No pierda
tiempo, la ambulancia está lista para llevar a Nelly, podemos llamar por
teléfono a un neurocirujano para que esté esperando en la clínica, en estos
casos el tiempo puede ser la diferencia entre salvar una vida o perderla–
Mi mundo se me
vino abajo, no hay palabras para explicar lo que se siente cuando te dicen que
la vida de un ser querido depende de lo que resuelvas, desde la sala de emergencias
llamé a Sole a Guayaquil, le expliqué la situación y le pedí que le pregunte al
Dr. Intriago, padre de Ernesto, por algún neurocirujano que pueda operar
enseguida a Nelly.
Luego cambió mi vida,
escuché la voz de un tipo que se imponía entre la de los demás, lo miré y era
un desconocido para mí, era una persona robusta, con barba tipo candado, una
voz pausada que indicaba conocimiento, autoridad, sentado en una silla de un
escritorio, inadvertido entre todos los que estaban en la Sala de Emergencia, de
quien nunca supe su nombre aunque me dijeron que era de Guayaquil y que estaba
sustituyendo unos días al neurólogo de la clínica, el Dr. Valarezo que estaba
en un seminario, fue él quien me dijo:
–No pierda
tiempo señor, el Dr. Jimmy Achi puede salvar a su esposa, si usted lo decide yo
puedo llamarlo enseguida y pedirle que lo espere en la clínica–
–Hágalo Doctor,
dígale que salimos enseguida en la ambulancia– le respondí de inmediato.
Llamé otra vez a
Sole, estaba en casa de Ernesto y sus padres confirmaron que el Dr. Achi era el
indicado. Recogimos algo de ropa de la casa y regresamos a la clínica, lo
habíamos decidido, Marcela viajaría con mi cuñado Marcelo y su hijo, que me
acompañaron desde el comienzo, y yo me iría junto a Nelly en la ambulancia
En la puerta de
la ambulancia estaba el Dr. Veintimilla, mi traumatólogo, que controlaba mi
recuperación por la caída y el derrame, me dijo enseguida:
–Usted no puede
viajar, no está en condiciones, debe descansar, el viaje en la ambulancia le puede
hacer mucho daño, el golpe en su cabeza es algo serio –
Me despedí de
él, sabía que ya no podría regresar a la clínica de Traumatología para la
tomografía programada para el siguiente día, y nadie podría prever lo que
sucedería después. Eran las doce de la noche, empezaba el martes trece, el
viaje fue terrible, nunca me había imaginado todo lo que se siente al ir dentro
de una ambulancia y ver que un ser querido está luchando con la muerte. Nelly
continuaba en coma, vomitando agua, y en dos ocasiones, el Doctor que la
acompañaba hizo parar la ambulancia, para comprobar sus signos vitales. En la
segunda ocasión, le preguntó al chofer:
–Cuánto falta
para llegar a Guayaquil–
–Unos veinte
minutos– le respondió.
–Entonces “sopla”–
La desesperación
que me provocaron estas palabras fue tan grande, que allí, en la oscuridad de
la ambulancia, en algún lugar de la carretera a Guayaquil, me puse a llorar en
silencio, me daba cuenta que Nelly no iba a llegar a la clínica, me puse a
pensar en todo lo que habíamos vivido juntos, desde que me atreví a enamorarla
en aquel lejano 1973, cosas buenas, y también, cosas malas, le pedí perdón al
Señor por todo el daño que le había causado, y le pregunté si podía ayudarnos.
Él permitió que
llegue a la Clínica Kennedy, allí nos esperaba el Dr. Achi, enseguida le
hicieron tomografías y todos los exámenes necesarios. En la Sala de espera me
abracé con Sole y Ernesto, cuando salíamos de Machala en la ambulancia les avisé
a mi madre y a mi hermana, y allí estaban, –conmigo como siempre– pero además estaban a esa hora de la
madrugada, mi sobrina Mariuxi y John
–nunca supe con quién habían dejado a Alexa–, Juan Carlos, mi sobrino, y mis
amigos del grupo intimo que tenemos en Machala –más que amigos, hermanos–
Panchito y Saharita, y Anita, con su hijo Fernando. Me daba cuenta que no
estaba sólo, que iba a tener apoyo para la batalla que recién empezaba.
Como el Dr. Achi
nos indicó que la operación iba a ser a las siete de la mañana y que iba a
durar tres horas, les pedí a todos que se retiren a sus casas, que allí, no se
podía hacer nada más que esperar, y que mejor regresen a media mañana para
conocer los resultados de la operación. Nadie se movió de su puesto, todos se
quedaron acompañándome, y pude valorar lo que es la solidaridad, y cuanto sirve
en los momentos de mayor sufrimiento.
Cuando
ingresaron a Nelly a la Sala de operación, no podía saber si iba a volver a verla
con vida, y en ese momento me quebré, ya no podía más, había tratado de
mantener la compostura en todo momento, pero ya no podía más, y allí, delante
de todos, me abracé con mis hijas y les dije llorando:
–Yo no sé si
pueda vivir sin Nelly–
Mi madre y mis
hijas me llevaron a la capilla de la clínica, y en ese silencio tan especial
que tienen las casas de oración, pude hablar con el Señor, le expliqué que por
segunda vez me arrodillaba ante Él para pedirle que todavía no se lleve a mi
esposa, que nos permita seguir un “ratito más”
juntos, y que, el resto de nuestras vidas queríamos vivirlo en paz,
glorificando su nombre. Yo creo que Él aceptó el pacto, y se manifestó
enseguida.
En la mitad del
tiempo programado para la operación, se presentó el Dr. Achi ante todos
nosotros con una sonrisa en su rostro, y reflejando una paz en su mirada, y nos
dijo:
–La operación
fue un éxito total, se pudo sellar las arterias del cerebro que habían
explotado–
La emoción que
se sintió al escuchar ésto, podría definir la felicidad, me abracé con mis
hijas llorando, y vi, por encima del hombro de una de ellas, que en un rincón
de esa sala, sentado en el suelo, mi sobrino Juan Carlos también lloraba en
silencio.
– ¡Nunca podré
olvidar las lágrimas de felicidad que provocó la sonrisa del Dr. Achi! –
En ese mismo
día, martes 13 de septiembre del 2011, mis hijas le pidieron al Dr. Achi, después
de la operación, cerca del mediodía, que autorice una tomografía para evaluar
mi derrame, si disminuía o aumentaba, se pidió a la Clínica de Traumatología de
Machala que envíe por internet las tomografías anteriores, después de todo el
trámite, el doctor simplemente me dijo que yo estaba fuera de peligro, que la
sangre derramada estaba siendo reabsorbida, pero que una de las arterias de la
parte posterior de mi cabeza, tenía una mala conformación, por lo que era un riesgo
potencial para el futuro –seguramente esa será otra historia–
Los días
siguientes fueron de mucha tensión, en la sala de cuidados intensivos le
administraban medicina por los sueros, para disminuir el riesgo de un infarto
cerebral, nos permitían a tres familiares ingresar a verla, diez minutos cada
uno, en la mañana y en la tarde, con horarios estrictos, y toda nuestra vida, se redujo a eso, a
esperar esos diez minutos para verla, al igual que todos los familiares de los
pacientes que estaban en la amplia sala de cuidados intensivos. Allí adentro,
con las camas alineadas una cerca de la otra, se podían conocer las angustias y
los pesares de otras familias, y también las tragedias cuando algún paciente
fallecía o no salía del coma, y los familiares le hablaban al oído, bajito,
para buscar un contacto con su mente, y el contacto no se producía, como
sucedió con el paciente que estaba junto a Nelly.
Al comienzo
Nelly estaba inconsciente y sólo podíamos verla, en el segundo día, cuando
despertó, nos habló, creía que estaba en Machala, en la Clínica de
Traumatología, tuve que explicarle todo, lo más calmado posible, al menos, todo
lo que podía contarle tratando de no afectar su recuperación. En ese segundo
día llegaron de Cuenca las hermanas de Nelly, Ruth y Mónica con su esposo
Gustavo, y trajeron a mi hija Jimena.
El resto del
tiempo lo pasábamos en las salas de espera, en dónde, generalmente, no
alcanzaban las sillas. Recibimos visitas de todos nuestros familiares y amigos
preocupados por la salud de Nelly, llegaron Carlos y Priscilla Henríquez, no
los había visto en mucho tiempo, desde que vivíamos en Guayaquil, y al saber
que Nelly estaba en cuidados intensivos y al verme con el cuello ortopédico y
el inmovilizador en el brazo, pensó Priscilla que habíamos sufrido un
accidente. Recibía llamadas todo el tiempo de Cuenca, Machala, Quito,
preguntando como seguía, y a todos se les explicaba del riesgo de los cinco
días siguientes a la operación, y allí empezó otra historia.
Mi hermana
Patricia recibió la llamada de las Madres Carmelitas del Claustro de Machala,
quienes le indicaron que estaban orando por Nelly, día y noche, y se unieron en
oración amigos, familiares, personas desconocidas, muchísimas personas –conocimos después– hacían “cadenas de
oración“, grupos de oración en donde la mayoría, tal vez ni la conocían, pero
oraban por ella. ¿Cómo cuantificar esta acción? ¿Cómo saber a quiénes
agradecer? ¿Cómo apreciar en justa medida la solidaridad humana? Dentro de todo
el sufrimiento que nos tocó vivir, y a pesar de la incertidumbre de no saber
qué pasaría después, de haber tenido la duda constante de pensar si Nelly iba a
quedar con defectos físicos, como es común en estos casos, nos quedó la
satisfacción de haber tenido a nuestro lado todo el apoyo que nos podían dar
nuestros familiares y amigos, y todas las oraciones que nos brindaron anónimos
personajes, unidos por una causa
espiritual, que se constituyó en una fuerza tan grande que el Señor la vio con
buenos ojos, y el Señor responde a la oración, y lo hizo de la mejor manera.
Nelly pudo pasar
los cinco días de mayor riesgo y empezó su recuperación, y estando aún en la
sala de cuidados intensivos, empezó a quejarse de que le llevaban muy tarde el
desayuno –era un buen síntoma– El jueves 22 de septiembre la pasaron a una
habitación, y desde luego –no podía ser de otra manera– la acompañé todo el
tiempo, día y noche, y como seguía quejándose por la tardanza en el desayuno,
decidí llenar la refrigeradora pequeña del cuarto, con todo lo que le provocaba
comer, y así tuvimos desayunos a las horas más inusuales, tres, cuatro, cinco de
la mañana, a la hora que le provocaba, y
desayunaba ella y desayunaba yo, de manera que empecé a comprar también las
cosas que a mí me gustaban, como la leche de chocolate y las galletas de
chocolate. –En uno de esos días sin
fecha, mi sobrino Arturo Javier me llevó una caja de chocolates con manjar de
La Bonbonniere, que traté de esconderlas para disfrutarlas como un placer
solitario en la madrugada, pero todo fue inútil, se acabaron enseguida–
En la mañana
siguiente llamó nuestra amiga Anita, para contarnos que el Padre Camilo iba a
visitar a Nelly, llegó muy temprano al siguiente día, era el sábado 24 de
septiembre, y después de conocer las dos historias y de ver que estábamos en
buenas condiciones, nos dijo:
–Algo grande
espera el Señor de Ustedes– y nos dio la bendición en la frente después de
hablar con Nelly y de hacerla orar.
El Dr. Achi le
dio el alta el lunes 26, indicándole que debía evaluarla al mes de la
operación, en su consultorio de la Kennedy de La Alborada, pero recién pudimos
salir el miércoles 28 de septiembre al final de la tarde, cuando la compañía de
seguros envió la Carta de Crédito para cubrir todos los gastos. Fuimos al
departamento de Central Park, y como coincidió con la reunión mensual de mis
compañeros de la Promoción XXII del San José-La Salle –último miércoles de cada
mes en la parrillada El Ñato, de Urdesa– les pedí a Jimena y Sole que acompañen
a Nelly hasta mi regreso, y me fui a desestresar con mis amigos.
El jueves 13 de
octubre la llevé al consultorio del doctor, la evaluó y la dio el alta
definitiva permitiéndole viajar a Machala al siguiente día, viernes 14 de
octubre del 2011. En esa consulta aproveché para hacerle una pregunta íntima, y
personal, y su respuesta también es
íntima y personal, y continuará siendo así.
En Machala solicité
una Misa de Acción de Gracias en la Capilla de las Madres Carmelitas y le pedí
al Padre Jaime, que en la recuperación después del accidente del 2007, había
ayudado tanto a Nelly, que oficiara la misa. Después de conocer las dos
historias, el Padre Jaime también nos dijo:
–El Señor espera
mucho de Ustedes–
En esa misa pude
agradecer públicamente al Señor, y también a las Madres Carmelitas y a todas
las personas que nos habían acompañado o que habían orado por la recuperación
de Nelly, y pude agradecer a mi amigo el Dr. Tito Villalta, que nos atendió a
los dos en forma oportuna, y nos trasladó a los dos a la clínica en su
vehículo, con tan sólo una semana de separación, y desde luego, al Dr. Achi,
que puede realizar esas operaciones maravillosas con tanta ciencia pero
sabiendo que la vida de sus pacientes está en manos de Dios y que es Él quien
guía su mano.
Cuando se
cumplió el año de la operación, acudimos a la consulta con el Dr. Achi y le
pedimos autorización para viajar a New York, y la concedió, señal de que Nelly
estaba bien, nos dijo que no había ningún riesgo, más allá del que tiene
cualquier persona sana. El 15 de abril del 2013, el Dr. Achi –al año y medio
del derrame– debió realizarle otra operación a Nelly, exactamente igual a la
primera, vía cateterismo pero sólo para comprobar por dentro el estado en que
se encontraban las dos arterias del cerebro que habían sido selladas, chequeó
dos más, los resultados fueron excelentes.
Hace pocos días,
casi a los dos años de la operación pudimos celebrar nuestro aniversario 37, en
las profundidades de unas termas subterráneas, donde se respira una paz
increíble y en donde se aprecia en sumo grado el solo hecho de respirar,
quedando esos duros momentos como un recuerdo en el blog de las memorias de un
jubilado.
"La
vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para
contarla"
Gabriel
García Márquez