Memorias de un jubilado – N° 14
“Cerrado por inventario”
Había visto esos letreros tantas
veces desde que era un niño, casi siempre al final del año, y veía los locales
comerciales cerrados, y me preguntaba siempre qué pasaba, por qué los cerraban,
en otros ocasiones el letrero decía “Cerrado por balance”, y yo me imaginaba
algún problema familiar en la familia, basándome el viejo tango-bolero de Chico
Novarro: Nuestro Balance
“Sentémonos un rato en este bar /a conversar serenamente. /Echemos un
vistazo desde aquí /a todo aquello que pudimos rescatar. /Hagamos un balance
del pasado /como socios arruinados, /sin rencor…”
Nunca imaginé que en algún
momento llegaría a cerrar mi blog, lo había creado con tanta ilusión, pues
quería contar historias, desde aquel 24 de junio del 2013 cuando publiqué la
primera en el blog, aunque en este caso, al cerrarlo, no se trata de hacer un
inventario o un balance de lo escrito, lo escrito, escrito está, y son sólo las
personas que han accedido a él, –generosamente, el blog registra 3360 entradas–
quienes pueden juzgarlo. En el momento que se publica un recuerdo, que tanto ha
costado para rescatarlo de las profundidades de la memoria, deja de pertenecer
a su dueño, y pasa a ser de dominio público, y ya no se tiene autoridad sobre
él.
Debo cerrar el blog pues debo
emprender una larga trayectoria de más de un año a través de los bosques del
sol, un lugar inhóspito, con selvas profundas en donde no existe un camino
trazado, sino que se lo debe ir abriendo a golpe de machete, y llevando solamente
en mi mochila digital las herramientas de supervivencia.
“Caminante, no hay camino, /se
hace camino al andar. /Al andar se hace el camino, /y al volver la vista atrás,
/se ve la senda que nunca /se ha de volver a pisar…” Antonio
Machado
Pensaba que podría seguir
escribiendo sobre aquellos fantasmas de mi memoria que tantas veces dan vueltas
en mi mente buscando hilvanar alguna historia o algún cuento corto, que me dé una
satisfacción momentánea. Siempre que terminaba una memoria de un jubilado, empezaba
otra, a dar vueltas en mi cabeza, y comenzaba a imaginar cual podría ser el
inicio de la historia. Alguna vez leí a Gabriel García Márquez, contestando una
pregunta en una entrevista, describir la importancia que tiene el inicio de
cualquier historia para el desarrollo de la misma:
“Muchos años después, frente al
pelotón de fusilamiento…” Cien años de soledad.
“El día en que lo iban a matar,
Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que
llegaba el obispo.” Crónica de una muerte anunciada.
“Durante el fin de semana los
gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial…” El otoño del
patriarca.
“José Palacios, su servidor más
antiguo, lo encontró flotando en las aguas depurativas de la bañera, desnudo y
con los ojos abiertos, y creyó que se había ahogado.” El general en su
laberinto.
“El año de mis noventa años quise
regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen.” Memoria de mis
putas tristes.
De tal manera que cuando los
recuerdos luchaban por salir, mi mente buscaba un inicio digno para narrarlo, y
pensaba, si no tengo un inicio no tengo una historia.
Se quedan retenidas en mi memoria
tantas historias, que han buscado ser narradas, pero que, lamentablemente, ya
no podrá ser, pues se debe cerrar este blog, historias sobre las que ya tenía
un inicio –en algún caso– o sobre las
que teniendo tantos recuerdos alrededor de mi mente, aún debían hilvanarse para
ser liberadas –“Hilaré mi nostalgia…”–
Se quedan guardadas:
“La Virgen del Cajas”,
“…Y la sangre que brotaba
confundiose con el vino…”,
“El toro bravo de Cartagena”,
“Los hermanos peruanos”
“El reloj de Praga dijo: sigan”,
“He arado en el mar”,
“El Bolivesco”,
“La motonave Don Antonio y el
chocolate del malecón”,
–No todo lo que se
vive se recuerda. Hay elementos que la conciencia graba en lo más profundo y
que la memoria jamás podrá recordar ni contar–
Pero además de querer narrar
estos recuerdos, pensaba que algún día podría dar a las historias ya contadas
otra alternativa para su final, de acuerdo a lo que mi imaginación me dictare
en ese momento, convirtiendo la historia real en un cuento corto con las
licencias literarias que este permite, tal como lo hice en el Blog N° 1: “Tres
minutos: Una vida corta.”
Y con ese pensamiento me atrevo a
cambiar la historia real de “La maldición de la gitana” por el siguiente cuento
corto
“La
maldición de la gitana”
Cuando me di cuenta que su mano
recorría suavemente mi cadera, sin que las personas que estaban a nuestro
alrededor se dieran cuenta, sentí una extraña sensación y reaccioné con
violencia, rápidamente le apreté la mano justo cuando llegaba a mi billetera
que la había guardado en el bolsillo delantero derecho del pantalón, gritándole
al mismo tiempo
– ¡Ladrona, qué querés!–
Todo el grupo que nos acompañaba,
argentinos, uruguayos, paraguayos, se dieron cuenta de lo que pasaba y gritaban
a coro – ¡Ladrona, ladrona, ladrona!–, una multitud nos rodeaba, yo no le soltaba la
mano dentro de mi bolsillo, y seguí increpándola
– ¿Qué querés mis tarjetas de crédito,
mis dólares, o buscás mi pasaporte? – Así, con acento argentino,
inexplicablemente.
Lucho me dijo después –Javier, ¿qué te
pasó que hablabas como argentino? –
–Y, qué se yo! En pleno shock por el
intento de robo, se me pegó la forma de hablar de los compañeros de viaje
argentinos–
Ella no decía nada. Era una mujer
bajita, flaca, muy flaca, que aparentaba ser una anciana para pedir caridad, y
así arrimarse a cualquier turista, para meterle la mano al bolsillo, pero sólo
aparentaba vejez, era una joven gitana más fea que el susto, y se cubría la
cabeza con un largo manto de color indefinido, se moría de rabia al ver que no
la soltaba y que todos los turistas frente a la Basílica de la Sagrada Familia,
en Barcelona, la identificaban como una ladrona y se lo gritaban.
El viaje se había planificado un año
antes, el grupo lo conformaban Panchito y Saharita, Lucho, Loly y Jimena, y
nosotros Javier y Nelly, cuando empezamos el recorrido en París el miércoles 6
de mayo del 2009, los guías españoles nos advirtieron del riesgo de las gitanas
en los sitios en donde mayor era la concentración de turistas, y en cada ciudad
nos repetían la advertencia, las habíamos visto en París, en Viena, y en
Florencia por todas partes, de manera que, esa mañana del sábado 23 de mayo del
2009 encontrarla frente a la Basílica de la Sagrada Familia, no fue ninguna
novedad.
La había visto venir, a unos treinta
metros, llevaba un cartel en la mano, un pedazo de cartón con una anotación
pidiendo una caridad, y tenía una imagen deplorable, ella iba a la caza de
alguna presa, cual ave de rapiña sobrevolando a un moribundo, sus movimientos
eran calculados, se deslizaba entre la gente lentamente, para ocultar su
intención, pero, advertido como estaba, decidí jugar su juego, –
“Halcón que se atreve con garza guerrera,
peligros espera” –, fingía que no la había visto, mientras se escuchaban
las palabras del guía, y los turistas tomaban fotografías de la Basílica de
Gaudí –siempre inconclusa, siempre con obras nuevas–, nunca la miré de frente,
sólo de reojo, cuando ella pasó a mi lado, inmediatamente dio media vuelta y se
me arrimó mostrándome el cartelito, y con voz lastimera me pedía ayuda para
comer. Me había elegido, debí parecerle el más tonto de todos, y se confió,
allí empezaba la batalla.
Inmediatamente después de agarrarle la
mano, recuerdo haberle preguntado
–Por qué me elegiste a mí, por qué
pensás que soy el más cojudo? –
–Mirá, acá está Panchito– Panchito me
miró sorprendido y molesto.
–O Lucho, o cualquiera de estos
argentinos boludos–
Ella me clavo la mirada en los ojos,
una mirada llena de furia, y gritándome con odio me lanzó una maldición gitana:
–Yo
te maldigo, no vas a llegar a tu casa–
Me asusté y le solté la mano, ya no se
oía ningún grito, el silencio era sepulcral, todos se daban cuenta de la
gravedad de una maldición gitana, en segundos desapareció de la escena, y el
recorrido turístico pudo continuar hasta el almuerzo en Puerto Olímpico, en
donde nos reímos del incidente al calor de las jarras del buen vino de la casa
y los mariscos que nos servían bandeja tras bandeja y el vino, jarra tras
jarra.
–Señor Usted no puede pasar, Usted está
caliente– me dijo una Doctora del Ministerio de Salud que hacía el control del
virus en el aeropuerto de Guayaquil.
–Siempre Doctora, pregúntele a mi esposa que
está aquí a mi lado–
–Señor,
esto no es broma, Usted está enfermo–
–Doctora, llevo horas viajando, estoy
cansado, tengo que viajar a Machala en carro pues se acabaron mis vacaciones y
mañana temprano debo presentarme a mi trabajo–
Fue inútil, me llevaron a un
laboratorio que habían habilitado en el aeropuerto, y me tomaron muestras de la
garganta, en todo el mundo existía la alarma por una nueva enfermedad que el 30 de abril de 2009 –es decir una semana antes de iniciar nuestro
viaje– la Organización Mundial de la Salud
(OMS) decidió denominarla gripe A H1N1, más conocida como gripe porcina. El
11 de junio del 2009 la Organización Mundial de la Salud
(OMS) la clasificó como de nivel de alerta seis; es decir, "pandemia
en curso". El 10 de agosto de 2010 la OMS anunció
el fin de la pandemia, 14 meses después y luego de haberle dado la vuelta al
mundo. La pandemia tuvo una mortalidad baja, en contraste con su amplia
distribución, dejando tras de sí unas 19.000 víctimas.
Había pescado la
enfermedad en New York, después de ver las maravillas de la vieja Europa,
pasamos una semana en New York viendo las imágenes publicitarias de Time Square –una
pequeña pero gran diferencia– y aprendiendo a
querer a la Gran Manzana, entre el teatro de Broadway y los diferentes niveles de Macy’s. En los últimos días empecé a sentirme mal, no tenía
fuerzas, quería descansar a cada momento, tenía gripe, tos y dolor de cabeza.
El miércoles 3 de junio tomamos un avión de American Airlines, de New York a
Miami, a las 6h20, tuvimos que ir de madrugada al aeropuerto, no había
desayunado, me tomé un café en Starbucks antes de subir al avión, que me
irritó el estómago, me di cuenta que estaba mal cuando quise elevar mi maleta
de mano para ponerla en el compartimento del avión, y no pude, Lucho que estaba
cerca le dijo a su hijo Christian que me ayude a guardar la maleta.
Enseguida que
despegó el avión hacia Miami, en mi asiento, sentí que caía en un pozo negro
profundo, –no vi ninguna luz al final del túnel– y me di cuenta que no podía moverme, vi
que Nelly, a mi lado, estaba resolviendo un Sudoku, y le grité con lo que creía
eran mis últimas fuerzas
–NELLY, AYÚDAME! –
Pero cual mi sorpresa, Nelly seguía
resolviendo su Sudoku, siempre me había sacado en cara que los resuelve todos y
en menor tiempo, yo aceptaba su superioridad, pero ese Sudoku, me parecía
odioso.
¡Dios mío, qué pasa, esto es una
pesadilla! –Fue lo último que recuerdo haber pensado –
Cuando me desperté estaban dos doctores
examinándome, uno de ellos hablaba español y le preguntaba a mi esposa por la
cicatriz que tengo en el pecho, si era producto de alguna operación al corazón.
Sentía las manos dormidas, y comencé a hablar incoherencias hasta que el doctor
me dijo que me calle, que debía descansar, una azafata trajo un tanque de oxígeno
y me pusieron la mascarilla, no entendía que había pasado hasta que Nelly me
explicó que me había desmayado, que no había existido ningún grito de mi parte,
que no había existido ningún Sudoku, y que tenía que calmarme, que todo estaba
bien. Lucho, al darse cuenta que me había desmayado y que Nelly trataba de
despertarme, había corrido por el pasillo del avión hasta encontrar una azafata
para que solicite por los altoparlantes un médico.
Recordaba en ese momento a Mia Farrow
en “Rosemary's Baby (La semilla
del diablo)”, cuando todos los adoradores del diablo le pedían que
descanse, que todo estaba bien, con la mascarilla de oxígeno en mi cara veía
que todos los pasajeros me miraban, algunos parecían preocupados, otros molestos,
el avión aún estaba volando en el espacio aéreo de Estados Unidos, y por tanto,
si un pasajero falleciera, el avión debía regresar al aeropuerto de salida, más
de uno debe haber pensado –resiste, no te mueras todavía, hasta que salgamos al
espacio aéreo internacional–
En el aeropuerto de Miami, una
funcionaria acuciosa insistía en que debía internarme en un hospital, que el
procedimiento era obligatorio, me habían proporcionado oxígeno en el vuelo New
York-Miami por lo tanto debía ser internado, no podía continuar el viaje de
Miami a Guayaquil. Argumenté que ya me sentía bien, que había sido un simple
desmayo porque no había desayunado nada, y que lo único que necesitaba era ir
hasta el restaurant del aeropuerto “La Carreta” para servirme unos frijoles
negros con carne de cerdo. Accedieron a llamar a los paramédicos del aeropuerto,
me examinaron, y me hicieron firmar una carta de responsabilidad para
permitirme el viaje. Lo que omití contar era que el día anterior se me habían
terminado las pastillas para controlar la presión, DIOVAN 80, y que el malestar
de la gripe me consumía. En un carrito eléctrico me llevaron hasta la puerta
del restaurant La Carreta. Y me recuperé.
Cuando estábamos en la fila, junto con
un centenar de personas, para el control migratorio y de aduana, en el
aeropuerto de Guayaquil, nos dimos cuenta que habían médicos tratando de controlar
que el virus no ingrese al país, Nelly
me rogaba que no tosiera, y que me aguantara la gripe, pero no se pudo evitar,
tenía todos los síntomas de la gripe A H1N1.
En el laboratorio que habían instalado
en el aeropuerto, luego de tomar una muestra de mi garganta, comprobaron que
tenía el virus, me permitieron que viaje a Machala, con la condición de que nadie
podría salir ni entrar a la casa, la declararon en cuarentena, y nos dijeron que
funcionarios del Ministerio de Salud nos visitarían continuamente para
monitorear la evolución de la enfermedad. Cerca de Machala, a unos veinte
minutos, en la curva grande antes de llegar a El Guabo, iba conversando con
Nelly y le decía: ya estamos cerca de llegar a casa.
Craso error, el destino tenía otra
jugada, de repente en la curva, en sentido contrario, una volqueta a toda
velocidad invadió mi carril, traté de evitar el choque de frente, virando hacia
la derecha, pero la volqueta me dio de lleno en la puerta de mi lado y me sacó
de la carretera dando vueltas de campana, los “airbag” se activaron y salvaron
a Nelly que no paraba de gritar, y yo quedé atrapado entre los hierros de la
puerta y el volante, que parecía incrustado en mi pecho, el dolor era
insoportable, me imaginaba las costillas rotas y clavadas en los pulmones pues
no podía respirar, los huesos de piernas y brazos debían estar rotos pues el
dolor era inaguantable, no podía moverme y sentía que de mi cabeza brotaba
sangre a borbotones, chorreaba por mi camisa y me mojaba el pantalón.
Una luz tenue iluminaba el ambiente
terrorífico, seguramente la luz del faro de alguno de los carros, seguía
funcionando, de tal manera que pude ver, a través del polvo y las matas de
banano, la volqueta virada y atravesada, me di cuenta que en el parabrisas tenía
el escudo de mi equipo, el Barcelona, lo cual no era ninguna novedad pues la
mayoría de los carros en Ecuador lo tienen. Enseguida me di cuenta de lo irónico
del asunto, el escudo no tenía las letras B.S.C., Barcelona Sporting Club, del
Barcelona de Guayaquil, sino que decía F.C.B., Futbol Club Barcelona, el escudo
correspondía al Barcelona de España, y en la parte superior del parabrisas tenía
el nombre de la volqueta: “La Gitana”.
Miré a Nelly que seguía gritando, pero –cosa
rara– ya no la escuchaba, sólo veía sus gestos, y en ese instante me di cuenta
que ya no sentía ningún dolor, al contrario sentía una tranquilidad total, y
pensé:
– ¡Qué
mujer más poderosa esa gitana!……
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