Memorias de un jubilado
N° 15
“Cuentos de carretera”
Había llegado la hora de reabrir
mi blog: Memorias de un jubilado, que debí cerrarlo en noviembre del 2013, fue
una dura decisión, me había dado tantas satisfacciones al permitirme contar mis
historias, haciendo que salgan algunos fantasmas del pasado, manteniendo a
otros encerrados en los laberintos de la memoria –quién sabe hasta cuándo-. En
esa época no podía seguir escribiendo, tenía que intentar atravesar los bosques
del sol, fue muy difícil ingresar pero más difícil, sobrevivir dentro del
bosque, -muchas veces recordé “Los
juegos del hambre” de la hermosa J. Lawrence- y al final encontrar una salida después de
más de un año de recorrido por una selva inhóspita no apta para la vida humana.
Luego de varios meses de salir
del bosque, empecé a pensar en cómo reabrir mi blog, y se me ocurrió hacerlo
con una serie de cuentos cortos, agrupados en “Cuentos de carretera”, que había
podido imaginar a lo largo de mi recorrido. Siempre que viajaba desde Machala
hacia Guayaquil o hacia Cuenca, a más de putear mentalmente a las autoridades
por el pésimo estado de nuestras carreteras, iba imaginando historias que
podían suceder en los pueblos por los que pasaba.
Y así nació un cuento corto “Los
ojos sin vida” al perderme en un desvío en la carretera a Cuenca, y pensar por
un momento, que ya no podría salir de allí, y más tarde “La casa de Naranjal”
al sentir una presencia extraña cada vez que pasaba frente a esa casa, dándome
cuenta que la pesadilla recurrente que tenía de niño, explicaba una parte del cuento,
y ahora la increíble y triste historia de los ancianos del “Recinto Cien
Familias” del cantón Balao, que quizás sea difícil de creer, pero que define
hasta dónde puede llegar el amor de unos padres por su hija.
Cuento N° 1: “Recinto Cien
Familias”
El Concejo de Ancianos del
recinto Cien Familias, del cantón Balao, presidido por don Jacinto Yagual, e
integrado por seis ancianos de más de noventa años, fueron convocados para su
reunión anual y aprobaron el orden del día –que por cierto, era el mismo Orden
del Día de todos los años-
Punto Uno.- Comprobación del
número de ancianos que continúan con vida
Punto Dos.- Contabilidad del
recinto.
Cincuenta años atrás habían
fundado el pueblo, y se habían comprometido –con pacto de sangre incluido- a
reunirse una vez por año para comprobar que no exceda de cien el número de
familias, pues consideraban que si lo superaban, todos los males de las grandes
ciudades caerían sobre el recinto, y además porque el anciano mayor en ese
entonces, había tenido un sueño de prosperidad para todas las familias
fundadoras, pero también de tragedia si se superaban las cien familias.
La última hija del presidente del
Consejo de Ancianos, María Yagual, era su preferida, había crecido libre sobre
los llanos de la comuna, domaba potros mejor que cualquier vaquero, y nunca se
había enamorado pues los hombres del sector no se atrevían con ella. Hasta que
llegó desde La Troncal, Floresmilo Tomalá, para visitar a un familiar a quien
le dijo que buscaba tierras para invertir, pero en realidad lo que buscaba era
una esposa con quien formar una familia y asentar cabeza, luego de una larga
etapa dedicado a la diversión, de pueblo en pueblo, de feria en feria, pues
tenía tanta fortuna que no se alcanzaba a gastarla.
Floresmilo y María quedaron
impactados cuando se conocieron, se enamoraron, y pronto decidieron formar una
familia, él compró unas tierras productivas y empezó a cultivarlas, compró
ganado, construyó enseguida una casa, que pasó a ser la mejor del recinto, y se
casaron. Invitaron a todo el pueblo a festejar su matrimonio y a compartir los
tres días de celebraciones. Parecía que nada pudiese oscurecer su felicidad.
Pero no sabían que el destino
cruel y pesaroso se iba a ensañar con ellos, pues la contabilidad del recinto
indicaba que ya había cien familias, y que, por lo tanto, el Concejo de
Ancianos debía resolver que la nueva familia abandone el pueblo, debían ser
expulsados de inmediato y sus bienes serían confiscados a favor del recinto. En
un rincón de la sala de la reunión, don Jacinto Yagual lloraba, como no lo
había hecho en sus noventa y tres años, y se lamentaba en voz alta:
-Cómo puedo hacerle esto a mi
hija más querida?-
Cuando suscribió el acta de
fundación del recinto, y se cortó una vena de su brazo para que su sangre
quedara registrada, no podía imaginar que cincuenta años después, le causaría
un dolor tan grande. El anciano secó sus lágrimas con la manga de su camisa, se
levantó y dijo en voz alta:
-Hagan la contabilidad otra vez,
pues una familia ya no existe, la de Jacinto Yagual y su esposa-
Salió de la reunión, fue a su
casa, cargó su arma, y miró a su mujer, ella simplemente le dijo:
-Haz lo que tengas que hacer-
Hundiendo su mirada en la de su
esposa, le disparó un solo tiro y la mató, y enseguida se pegó un tiro en la
cabeza.
El Concejo de Ancianos anotó en
el acta de la reunión anual del año 2015:
Punto Uno: Ancianos vivos: 6 – 1 =
5
Punto Dos: Contabilidad del
recinto: Familias: 100 – 1 = 99
99 + 1 = 100
Cuento N° 2: “La casa de
Naranjal”
-Ahí estaba otra
vez-
Cómo todas las veces que había pasado por Naranjal en los últimos años, sentía esa angustia que me lastimaba el estómago, esa desconsoladora sensación dentro del alma que me hacía preguntar:
-Qué pasa en este sitio?-
Cómo todas las veces que había pasado por Naranjal en los últimos años, sentía esa angustia que me lastimaba el estómago, esa desconsoladora sensación dentro del alma que me hacía preguntar:
-Qué pasa en este sitio?-
En uno de los tantos viajes, de Machala a Guayaquil, identifiqué el sitio
exacto que me provocaba tanto malestar, pude verla, sentí que me llamaba, era
una casa antigua de madera y cubierta de zinc oxidado, estaba abandonada, no
tenía puertas ni ventanas, y según me dijo el vendedor de jugos de la esquina,
nadie podía entrar allí, pero el viejito que vende panes en un charol, al darme
el vuelto, me dijo en voz baja:
-Tenga cuidado, no pregunte más-
Eso bastó para
llamar mi atención y empecé a investigar la historia de esa casa. Fui a la
biblioteca municipal, una señora mayor me contó una trágica historia de la
familia que había vivido ahí, y me buscó los periódicos de hace cincuenta años.
El titular de primera página del diario "El Nacional" describía la
noticia:
"Masacre en Naranjal"
"Asesinaron a todos los miembros de la familia Urbina, los criminales penetraron en la noche, machete en mano, y destrozaron a todos los miembros de la familia: los padres, la abuela en su mecedora, y los dos hijos, aunque aún no se encuentra el cadáver del hijo mayor de doce años"
"Al padre lo destrozaron con cuarenta machetazos, a la madre le abrieron el cráneo de un sólo golpe, la abuela de noventa y cinco años fue decapitada en su mecedora, su cabeza se encontraba a diez metros de distancia de su cuerpo, a uno de los menores le cortaron el estómago de un solo tajo. El cadáver del hijo de doce años aún no aparece, la policía sospecha que fue secuestrado"
La noticia era espeluznante, como para alejarse de allí enseguida, pero no podía, sentía que era mi obligación ir a la casa, y a pesar de que ya estaba oscureciendo, me decidí y entré. Fue una extraña sensación, no podía creerlo, allí estaba la pesadilla recurrente de mi niñez, ahora lo comprendía todo, ahora sabía por qué la casa me llamaba, por qué no podía entrar nadie: eran los colores oscuros: grises y negros, los que bloqueaban las puertas y ventanas, y me di cuenta enseguida de la diferente densidad que tenían y de los sonidos horrorosos que emitían al apretarse entre ellos, igual, exactamente igual a los colores y a los sonidos de las pesadillas que tenía frecuentemente de niño, cuando "volaba en fiebre" producto de mis innumerables enfermedades, y estaba a punto de convulsionar.
Y empecé a
verlos, allí estaban todos, lo que quedaba de ellos, que era sólo energía
negativa: el padre destrozado, en hilachas, la madre con la cabeza abierta en
dos partes, la abuela disfrutando de su mecedora pero refunfuñando porque a
cada rato se le caía la cabeza, y el niño arrastrándose por el piso tratando de
introducir sus vísceras en su cuerpo.
Y de repente lo sentí, alcé la mirada y aún sin verlo sabía que estaba allí, era el chico de doce años que se salvó de la masacre y desapareció hace cincuenta años, tenía ahora mi edad, pero bajaba por las vigas y columnas de madera como si fuera un animal silencioso, herido, buscando venganza, no sentí temor y simplemente lo esperé, cuando estiró su cuerpo frente a mí, pude ver lo que él veía, y pude sentir lo que él sentía, era yo.
Y de repente lo sentí, alcé la mirada y aún sin verlo sabía que estaba allí, era el chico de doce años que se salvó de la masacre y desapareció hace cincuenta años, tenía ahora mi edad, pero bajaba por las vigas y columnas de madera como si fuera un animal silencioso, herido, buscando venganza, no sentí temor y simplemente lo esperé, cuando estiró su cuerpo frente a mí, pude ver lo que él veía, y pude sentir lo que él sentía, era yo.
Cuento N° 3: “Los ojos sin vida”
Era una tarde brumosa de agosto del 2010, empezaba a anochecer cuando debí
tomar el desvío de la carretera Cuenca-Machala, regresaba solo, Nelly debió
quedarse en Cuenca para unos chequeos médicos.
Semanas atrás la carretera había sido destruida en un tramo de 800 m por un derrumbe, los técnicos del MTOP anunciaban que no podría ser rehabilitada, y no quedaba más que tomar el desvío por la parte alta de las montañas, era un camino estrecho y ondulado, recorrerlo era regresar al pasado en cincuenta años. A los pocos kilómetros de recorrido había una bifurcación con un letrero que indicaba el camino a seguir, y tomé hacia la derecha y hacia arriba, pero minutos después mi cerebro me alertaba algo, la flecha del letrero la recordaba borrosa, pero no había forma de retornar en ese camino tan estrecho, y decidí seguir. Craso error.
Semanas atrás la carretera había sido destruida en un tramo de 800 m por un derrumbe, los técnicos del MTOP anunciaban que no podría ser rehabilitada, y no quedaba más que tomar el desvío por la parte alta de las montañas, era un camino estrecho y ondulado, recorrerlo era regresar al pasado en cincuenta años. A los pocos kilómetros de recorrido había una bifurcación con un letrero que indicaba el camino a seguir, y tomé hacia la derecha y hacia arriba, pero minutos después mi cerebro me alertaba algo, la flecha del letrero la recordaba borrosa, pero no había forma de retornar en ese camino tan estrecho, y decidí seguir. Craso error.
Había transcurrido más de una hora y mi desesperación aumentaba, a lo lejos
vi una pequeña luz en la noche cerrada, era una casa y junto al camino estaban
dos personas, paré para pedir ayuda, y me llevé el susto más grande de mi vida,
era una señora vestida de negro con una cara horrorosa y un niño de unos seis
años que miraba hacia el suelo, le pregunté que caminó seguir para llegar a la
carretera a Machala y me indicaron que siga por el camino de abajo, que ya
estaba cerca, en unos quince minutos vería la carretera, le agradecí y arranque,
en el instante en que el niño alzó la cabeza y pude verle los ojos sin vida que
tenía, completamente nublados pero parecían mirarme fijamente.
Estaba aterrado, pasaron más de tres
horas y nunca llegaba a la carretera, cuando divisé a lo lejos lo que parecía
ser una fogata, su iluminación le daba un aspecto fantasmagórico a los árboles,
había personas juntó a ella, me detuve para pedir ayuda.
-Nooo, Dios mío!-
Era la misma señora horrorosa y el
niño que me miraba con sus ojos sin vida, y riéndose me dijo con una voz
gutural que parecía salir de las entrañas de la tierra
-Te estábamos esperando-
-NOOOOO!!!!
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