Memorias de un jubilado 03
Tomás Pantaleón
Qué pudo haber influenciado a un
físico-matemático del San José La Salle, y luego un Ingeniero Civil, para tener una íntima conexión
con la Literatura a lo largo de toda su vida, manifestándose en la lectura –una
y otra vez- de toda la obra de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Jorge Amado, o en el hecho de recordar la
poesía del Siglo de Oro español. Y para esta pregunta sólo hay una respuesta,
el Licenciado Tomás Pantaleón Tapia.
Rodolfo Pérez Pimentel, historiador
y biógrafo
ecuatoriano,
declarado Cronista vitalicio de la ciudad de Guayaquil escribió sobre Tomás
Pantaleón lo siguiente:
“Creció pobre, débil,
larguirucho, mulato–amestizado y enfermizo. Su carácter tímido le tornó
huidizo, callado, sutil. Era un ser esquivo, taciturno, melancólico y con cara
de funeral. Alto, delgado, prieto, de
mirada penetrante y gestos reposados. Hablaba en tono menor y poco, pero decía
y pensaba cosas serias como correspondía a su altísima condición de maestro,
que lejana ya su juventud impetuosa se había ido asexuando en una ascesis
religiosa.”
Fue mi profesor de Literatura en
el colegio San José La Salle, y a la rigurosa descripción de Pérez Pimentel
puedo agregar lo siguiente: Era delgado, si, de una delgadez que se manifiesta
en los ojos, de un color moreno cobrizo, de un lento caminar, y –debido a su
situación precaria- tenía un solo terno que usaba todos los días, de un color
indefinido, podía parecer café oscuro como también gris azulado, de acuerdo a
si el día estaba nublado o soleado, pero eso sí, con camisa blanca impecable y
corbatas serias, pero bastaba su presencia en el aula de clases o en los
corredores del colegio, para imponer su autoridad. Y cuando hablaba, no quedaba
ninguna duda, era un maestro y era un poeta.
César Dávila Andrade manifestó
que el título de su poemario “Dejad que muera el odio” debió ser Dejad que
muera el odio y se levante la melancolía, porque tenía una seca dulzura, una
persistente pero acendrada pena casi filosófica, que flota y se escurre
melódica y transparente, en el ámbito silencioso como estático de su poesía
“Porque tenía esa pena más negra
que la pena, te busqué / sin desmayo, con la risa del alba y el llanto del
crepúsculo, / con la esperanza floreciéndome en el pecho, / estallando cual
lirio colmado de rocío./ Algo, un soplo, un suspiro – no sé cuándo ni cómo / ni
de que tierras fértiles… me dijo que era cierta / tu presencia animal de haces
poderosos./ Mas todo paró ahí. Todo quedó en anuncio, /renaciendo, de nuevo,
cual hongos, la agonía.
“…Pero no, que la sombra no mira
como miras. /No tiene, como tiene, tan de hormiga los muslos / ni en su roce
produce lo que produce Oh! Tu Cuerpo / de latidos de aguja, aliento puro,
jadear ancho y profundo. No, que la sombra tiene por límite la luz…/ Y tú eres
luz que tiene por límite la aurora. // Cuanto tiempo buscando! Ay! Mi tiempo
perdido! Entonces me moría sin morirme…”
Entendimos los versos trágicos de
Amado Nervo “…ha de sobrarme la mitad del lecho/y ha de faltarme la mitad del
alma”, o aquellos “…la trenza que le corté/ y que piadoso guardé,/ impregnada
todavía/ del sudor de su agonía/ la tarde que se me fue/, así como los versos
de Fray Luis de León “¡Qué descansada vida/ la del que huye del mundanal ruido/ y sigue la
escondida/ senda por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido!”
recalcando su célebre frase al volver a las aulas universitarias después de
padecer la prisión injusta: “Como decíamos ayer”
Enseñaba que Miguel de Cervantes
no solo escribió El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha sino también
Ovillejos “Quién menoscaba mis bienes?/ ¡Desdenes!/ Y quién aumenta mis
duelos?/ ¡Los celos!/ Y quién prueba mi paciencia?/ ¡Ausencia!/ De este modo en
mi dolencia/ ningún remedio me alcanza,/ pues me mata la esperanza,/ desdenes,
celos y ausencia.”
Y aprendimos para nunca olvidar,
las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer “Mientras haya unos ojos que reflejen/ los
ojos que los miran;/ mientras responda el labio suspirando/ al labio que
suspira,/ mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas;/ mientras
exista una mujer hermosa,/ ¡habrá poesía!
Y con el atrevimiento propio de
un alumno convencido, que presenta su trabajo final con la esperanza de aprobar
el curso, estos versos que dediqué
A mi esposa
“Pezones de nácar y pubis de
seda,/ Oh dulce señora que alegras mis noches,/ como sol de invierno calientas
mi vida,/ que acaba rendida después del derroche./
En silencio, recorro tu cuerpo y
encuentro tu alma,/ te miro, te toco, me aloco,… y explota la calma,/ después, tranquilo,
pienso y me digo a mi mismo,/ y si tal
vez mañana sea todo distinto,/ el sueño que llega, me deja contento,/ pensando que vivo,… sin saber, que estoy muerto.”
Javier Córdova Macías
"La vida no es la
que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla"
Gabriel García Márquez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario