miércoles, 26 de junio de 2013


Memorias de un jubilado 03
Tomás Pantaleón
Qué pudo haber influenciado a un físico-matemático del San José La Salle, y luego  un Ingeniero Civil, para tener una íntima conexión con la Literatura a lo largo de toda su vida, manifestándose en la lectura –una y otra vez- de toda la obra de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa,  Jorge Amado, o en el hecho de recordar la poesía del Siglo de Oro español. Y para esta pregunta sólo hay una respuesta, el Licenciado Tomás Pantaleón Tapia.
Rodolfo Pérez Pimentel,  historiador y biógrafo ecuatoriano, declarado Cronista vitalicio de la ciudad de Guayaquil escribió sobre Tomás Pantaleón lo siguiente:
“Creció pobre, débil, larguirucho, mulato–amestizado y enfermizo. Su carácter tímido le tornó huidizo, callado, sutil. Era un ser esquivo, taciturno, melancólico y con cara de funeral.  Alto, delgado, prieto, de mirada penetrante y gestos reposados. Hablaba en tono menor y poco, pero decía y pensaba cosas serias como correspondía a su altísima condición de maestro, que lejana ya su juventud impetuosa se había ido asexuando en una ascesis religiosa.”
Fue mi profesor de Literatura en el colegio San José La Salle, y a la rigurosa descripción de Pérez Pimentel puedo agregar lo siguiente: Era delgado, si, de una delgadez que se manifiesta en los ojos, de un color moreno cobrizo, de un lento caminar, y –debido a su situación precaria- tenía un solo terno que usaba todos los días, de un color indefinido, podía parecer café oscuro como también gris azulado, de acuerdo a si el día estaba nublado o soleado, pero eso sí, con camisa blanca impecable y corbatas serias, pero bastaba su presencia en el aula de clases o en los corredores del colegio, para imponer su autoridad. Y cuando hablaba, no quedaba ninguna duda, era un maestro y era un poeta.
César Dávila Andrade manifestó que el título de su poemario “Dejad que muera el odio” debió ser Dejad que muera el odio y se levante la melancolía, porque tenía una seca dulzura, una persistente pero acendrada pena casi filosófica, que flota y se escurre melódica y transparente, en el ámbito silencioso como estático de su poesía
“Porque tenía esa pena más negra que la pena, te busqué / sin desmayo, con la risa del alba y el llanto del crepúsculo, / con la esperanza floreciéndome en el pecho, / estallando cual lirio colmado de rocío./ Algo, un soplo, un suspiro – no sé cuándo ni cómo / ni de que tierras fértiles… me dijo que era cierta / tu presencia animal de haces poderosos./ Mas todo paró ahí. Todo quedó en anuncio, /renaciendo, de nuevo, cual hongos, la agonía.
“…Pero no, que la sombra no mira como miras. /No tiene, como tiene, tan de hormiga los muslos / ni en su roce produce lo que produce Oh! Tu Cuerpo / de latidos de aguja, aliento puro, jadear ancho y profundo. No, que la sombra tiene por límite la luz…/ Y tú eres luz que tiene por límite la aurora. // Cuanto tiempo buscando! Ay! Mi tiempo perdido! Entonces me moría sin morirme…”
Entendimos los versos trágicos de Amado Nervo “…ha de sobrarme la mitad del lecho/y ha de faltarme la mitad del alma”, o aquellos “…la trenza que le corté/ y que piadoso guardé,/ impregnada todavía/ del sudor de su agonía/ la tarde que se me fue/, así como los versos de Fray Luis de León “¡Qué descansada vida/ la del  que huye del mundanal ruido/ y sigue la escondida/ senda por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido!” recalcando su célebre frase al volver a las aulas universitarias después de padecer la prisión injusta: “Como decíamos ayer”
Enseñaba que Miguel de Cervantes no solo escribió El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha sino también Ovillejos “Quién menoscaba mis bienes?/ ¡Desdenes!/ Y quién aumenta mis duelos?/ ¡Los celos!/ Y quién prueba mi paciencia?/ ¡Ausencia!/ De este modo en mi dolencia/ ningún remedio me alcanza,/ pues me mata la esperanza,/ desdenes, celos y ausencia.”
Y aprendimos para nunca olvidar, las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer “Mientras haya unos ojos que reflejen/ los ojos que los miran;/ mientras responda el labio suspirando/ al labio que suspira,/ mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas;/ mientras exista una mujer hermosa,/ ¡habrá poesía!
Y con el atrevimiento propio de un alumno convencido, que presenta su trabajo final con la esperanza de aprobar el curso, estos versos que dediqué
A mi esposa
“Pezones de nácar y pubis de seda,/ Oh dulce señora que alegras mis noches,/ como sol de invierno calientas mi vida,/ que acaba rendida después del derroche./
En silencio, recorro tu cuerpo y encuentro tu alma,/ te miro, te toco, me aloco,…  y explota la calma,/ después, tranquilo, pienso y me digo a mi mismo,/  y si tal vez mañana sea todo distinto,/ el sueño que llega, me deja contento,/ pensando  que vivo,… sin saber, que estoy muerto.”
Javier Córdova Macías
 
"La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla"
Gabriel García Márquez


 

 

 

 

 

 

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