jueves, 11 de julio de 2013


Memorias de un jubilado - 07

La maldición de la gitana

Cuando me di cuenta que su mano recorría suavemente mi cadera, sin que las personas que estaban a nuestro alrededor se dieran cuenta, sentí una extraña sensación y reaccioné con violencia, rápidamente le apreté la mano justo cuando llegaba a mi billetera que la había guardado en el bolsillo delantero derecho del pantalón, gritándole al mismo tiempo
– ¡Ladrona, qué querés!–  
Todo el grupo que nos acompañaba, argentinos, uruguayos, paraguayos, se dieron cuenta de lo que pasaba y gritaban a coro – ¡Ladrona, ladrona, ladrona!–,  una multitud nos rodeaba, yo no le soltaba la mano dentro de mi bolsillo, y seguí increpándola
– ¿Qué querés mis tarjetas de crédito, mis dólares, o buscás mi pasaporte? – Así, con acento argentino, inexplicablemente.
Lucho me dijo después –Javier, ¿qué te pasó que hablabas como argentino? –
–Y, qué se yo! En pleno shock por el intento de robo, se me pegó la forma de hablar de los compañeros de viaje argentinos
Ella no decía nada. Era una mujer bajita, flaca, muy flaca, que aparentaba ser una anciana para pedir caridad, y así arrimarse a cualquier turista, para meterle la mano al bolsillo, pero sólo aparentaba vejez, era una joven gitana más fea que el susto, y se cubría la cabeza con un largo manto de color indefinido, se moría de rabia al ver que no la soltaba y que todos los turistas frente a la Basílica de la Sagrada Familia, la identificaban como una ladrona y se lo gritaban a la cara.

El viaje se había planificado un año antes, el grupo lo conformaban Panchito y Saharita, Lucho, Loly y Jimena, y nosotros Javier y Nelly, cuando empezamos el recorrido en París el miércoles 6 de mayo del 2009, los guías españoles nos advirtieron del riesgo de las gitanas en los sitios en donde mayor era la concentración de turistas, y en cada ciudad nos repetían la advertencia, las habíamos visto en París, en Viena, y en Florencia por todas partes, de manera que, esa mañana del sábado 23 de mayo del 2009 encontrarla frente a la Basílica de la Sagrada Familia, no fue ninguna novedad.
La había visto venir, a unos treinta metros, llevaba un cartel en la mano, un pedazo de cartón con una anotación pidiendo una caridad, y una imagen deplorable, ella iba a la caza de alguna presa, cual ave de rapiña sobrevolando a un moribundo, sus movimientos eran calculados, se deslizaba entre la gente lentamente, para ocultar su intención, pero, advertido como estaba, decidí jugar su  juego, “Halcón que se atreve con garza guerrera, peligros espera”, fingía que no la había visto, mientras se escuchaban las palabras del guía, y los turistas tomaban fotografías de la Basílica de Gaudí –siempre inconclusa, siempre con obras nuevas–, nunca la miré de frente, sólo de reojo, cuando ella pasó a mi lado, inmediatamente dio media vuelta y se me arrimó mostrándome el cartelito, y con voz lastimera me pedía ayuda para comer. Me había elegido, debí parecerle el más tonto de todos, y se confió, allí empezaba la batalla.
Inmediatamente después de agarrarle la mano, recuerdo haberle preguntado
–Por qué me elegiste a mí, por qué pensás que soy el más cojudo? –
–Mirá, acá está Panchito– Panchito me miró sorprendido y molesto.
–O Lucho, o cualquiera de estos argentinos boludos–
Ella me clavo la mirada en los ojos, una mirada llena de furia, y gritándome con odio me lanzó una maldición gitana
Te blestem, nu va merge acasă, o boala cumplita ai anihila
(Yo te maldigo, no vas a regresar a tu casa, una terrible enfermedad te aniquilará)
Me asusté y le solté la mano, ya no se oía ningún grito, el silencio era sepulcral, todos se daban cuenta de la gravedad de una maldición gitana, en segundos desapareció de la escena, y el recorrido turístico pudo continuar hasta el almuerzo en Puerto Olímpico, en donde nos reímos del incidente al calor de las jarras del buen vino de la casa y los mariscos que nos servían bandeja tras bandeja y el vino, jarra tras jarra.

–Señor Usted no puede pasar, Usted está caliente– me dijo una Doctora del Ministerio de Salud que hacía el control del virus en el aeropuerto de Guayaquil.
–Siempre Doctora,  pregúntele a mi esposa que está aquí a mi lado
Señor, esto no es broma, Usted está enfermo
–Doctora, llevo horas viajando, estoy cansado, tengo que viajar a Machala en carro pues se acabaron mis vacaciones y mañana temprano debo presentarme a mi trabajo
Fue inútil, me llevaron a un laboratorio que habían habilitado en el aeropuerto, y me tomaron muestras de la garganta, en todo el mundo existía la alarma por una nueva enfermedad que el 30 de abril de 2009  –es decir una semana antes de iniciar nuestro viaje– la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió denominarla gripe A  H1N1, más conocida como gripe porcina. El 11 de junio del 2009 la Organización Mundial de la Salud (OMS) la clasificó como de nivel de alerta seis; es decir, "pandemia en curso". El 10 de agosto de 2010 la OMS anunció el fin de la pandemia, 14 meses después y luego de haberle dado la vuelta al mundo. La pandemia tuvo una mortalidad baja, en contraste con su amplia distribución, dejando tras de sí unas 19.000 víctimas.

Había pescado la enfermedad en New York, después de ver las maravillas de la vieja Europa, pasamos una semana en New York viendo las imágenes publicitarias de Time Square –una pequeña pero gran diferencia– y aprendiendo a querer a la Gran Manzana, entre el teatro de Broadway y los diferentes niveles de Macy’s. En los últimos días empecé a sentirme mal, no tenía fuerzas, quería descansar a cada momento, tenía gripe, tos y dolor de cabeza. El miércoles 3 de junio tomamos un avión de American Airlines, de New York a Miami, a las 6h20, tuvimos que ir de madrugada al aeropuerto, no había desayunado, me tomé un café en Starbucks antes de subir al avión, que me irritó el estómago, me di cuenta que estaba mal cuando quise elevar mi maleta de mano para ponerla en el compartimento del avión, y no pude, Lucho que estaba cerca le dijo a Christian que me ayude a guardar la maleta.
Enseguida que despegó el avión hacia Miami, en mi asiento, sentí que caía en un pozo negro profundo, no vi ninguna luz al final del túnel y me di cuenta que no podía moverme, vi que Nelly, a mi lado, estaba resolviendo un Sudoku, y le grité con lo que creía eran mis últimas fuerzas
–NELLY, AYÚDAME! –
Pero cual mi sorpresa, Nelly seguía resolviendo su Sudoku, siempre me había sacado en cara que los resuelve todos y en menor tiempo, yo aceptaba su superioridad, pero ese Sudoku, lo odié.
–Dios mío, qué pasa, esto es una pesadilla!­ Fue lo último que recuerdo haber pensado –
Cuando me desperté estaban dos doctores examinándome, uno de ellos hablaba español y le preguntaba a mi esposa por la cicatriz que tengo en el pecho, si era producto de alguna operación al corazón. Sentía las manos dormidas, y comencé a hablar incoherencias hasta que el doctor me dijo que me calle, que debía descansar, una azafata trajo un tanque de oxígeno y me pusieron la mascarilla, no entendía que había pasado hasta que Nelly me explicó que me había desmayado, que no había existido ningún grito de mi parte, que no había existido ningún Sudoku, y que tenía que calmarme. Lucho, al darse cuenta que me había desmayado y que Nelly trataba de despertarme, había corrido por el pasillo del avión hasta encontrar una azafata para que solicite por los altoparlantes un médico.
Recordaba en ese momento a Mia Farrow en “Rosemary's Baby (La semilla del diablo)”, cuando todos los adoradores del diablo le pedían que descanse, que todo estaba bien, con la mascarilla de oxígeno en mi cara veía que todos los pasajeros me miraban, algunos parecían preocupados, otros molestos, el avión aún estaba volando en el espacio aéreo de Estados Unidos, y por tanto, si un pasajero falleciera, el avión debía regresar al aeropuerto de salida, más de uno debe haber pensado –resiste, hasta que salgamos al espacio aéreo internacional–
En el aeropuerto de Miami, una funcionaria acuciosa insistía en que debía internarme en un hospital, que el procedimiento era obligatorio, me habían proporcionado oxígeno en el vuelo New York-Miami por lo tanto debía ser internado, no podía continuar el viaje de Miami a Guayaquil. Argumenté que ya me sentía bien, que había sido un simple desmayo porque no había desayunado nada, y que lo único que necesitaba era ir hasta el restaurant del aeropuerto “La Carreta” para servirme unos frijoles negros con carne de cerdo. Accedieron a llamar a los paramédicos del aeropuerto, me examinaron, y me hicieron firmar una carta de responsabilidad para permitirme el viaje. Lo que omití contar era que el día anterior se me habían terminado las pastillas para controlar la presión, DIOVAN 80, y que el malestar de la gripe me consumía. En un carrito eléctrico me llevaron hasta la puerta del restaurant La Carreta. Y me recuperé.

Cuando estábamos en la fila, junto con un centenar de personas, para el control migratorio y de aduana, en el aeropuerto de Guayaquil, nos dimos cuenta que habían médicos tratando de controlar que el virus no ingrese al país,  Nelly me rogaba que no tosiera, y que me aguantara la gripe, pero no se pudo evitar, tenía todos los síntomas de la gripe A  H1N1.
En el laboratorio del aeropuerto, luego de tomar una muestra de mi garganta, me permitieron que viaje a Machala, con la condición de que no podría salir de mi casa hasta que se realicen todas las pruebas, y que funcionarios del Ministerio de Salud se comunicarían conmigo.
Al día siguiente, a media mañana, llegaron los funcionarios del Ministerio de Salud, todos con mascarillas, nos informaron que el resultado de las pruebas era positivo, tenía el virus, y declararon cuarentena en mi casa, nadie podía salir ni entrar, controlaban a toda la familia. En la primera noche llegó el Director de Salud de El Oro, no quería publicidad, la noticia la mantenía en secreto, pero debíamos colaborar, no podíamos salir en una semana por lo menos, tenían que monitorear temperatura, presión arterial, de todos los miembros de la familia, mañana, tarde y noche, para comprobar si alguien más presentaba los síntomas, y para comprobar si mi estado de salud se complicaba o las defensas de mi cuerpo neutralizaban el virus. Las famosas vacunas que fueron adquiridas en grandes cantidades, no fueron útiles en mi caso, ya habían transcurrido más de cuatro días desde el inicio de la enfermedad, y no podían darme ninguna medicina.
A los pocos días ya no tenía ningún síntoma de la famosa gripe, y los funcionarios del Ministerio de Salud me dieron de alta, terminando la cuarentena de mi familia, felizmente sólo era portador del virus, pero no lo había trasmitido a nadie, ni siquiera a mi esposa que durmió conmigo todo el tiempo, como siempre.

Ahora, después del tiempo transcurrido, puedo decir con alivio, que soy un sobreviviente del virus A H1N1, y además un sobreviviente de una maldición gitana. (Hasta ahora)

"La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla"
Gabriel García Márquez

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