Memorias de un jubilado – 09
La fuente que se rompió
–Javier, se me rompió la fuente–
–Mañana vamos a la “Bahía” y compramos
otra, ahora déjame dormir que falta poco para que suene el despertador–
El despertador sonó a las 6h30, y
debí levantarme enseguida para llevar a mis hijas, Jimena y Marcela, al
Principito. Cuando regresé, Nelly me esperaba lista con la maleta para que la
lleve a la clínica, iba a nacer Sole, era el miércoles 5 de septiembre de 1990.
La lamentable situación en que me encontraba por el exceso de alcohol en mi
sangre, me impidió entender, de manera oportuna, a qué fuente se refería Nelly
y contesté de la manera más banal que podía. Años después me confesó que había
pensado irse sola en un taxi a la clínica, antes de que yo regrese, –tal era la
rabia que tenía, por mi prolongada farra sin considerar su delicado estado–
para desquitarse causándome una preocupación, ella me imaginaba buscándola por
toda la casa y aumentando progresivamente mi chuchaqui.
La noche anterior celebraba su
cumpleaños mi primo Claudio y no podía faltar a su fiesta, pero Nelly se había
excusado, pues había cumplido ya las semanas del embarazo y podía dar a luz en
cualquier momento, con un poco de desgano me dijo:
–Anda vos, y vuelve temprano–
Le dije enseguida que sí, sabiendo que no iba a cumplir.
Esa noche nos reencontramos
algunos amigos de la juventud, y resultaba comprensible que nos excediéramos en
el consumo del whisky, como antes, como cuando éramos “Indomables”, como cuando
éramos libres cual hoja seca que arrastra el viento en su balada de otoño. Me
quedé hasta el final de la reunión, – ¡Saludemos gozosos la aurora que anuncia
libertad…! – y con unas cuantas copas de más, me retiré a mi casa alrededor de
las tres de la mañana. El chuchaqui hubiese sido normal, pero la circunstancia
de tener que ir a la clínica, con Nelly en trabajo de parto natural, lo
incrementó a la enésima potencia.
La clínica estaba cerca, en la
misma vía al puerto en donde vivíamos en esa época, era la clínica del Dr.
Segundo Córdova, amigo pero no pariente, enseguida atendieron a Nelly y la
prepararon para el trabajo que se venía. Desde que ingresamos y hablamos con el
doctor, mi mente estaba concentrada básicamente en buscar un lugar en dónde descansar la mala
noche, pero no iba a ser tan fácil, de alguna manera tenía que pagar mis
excesos.
Por una extraña razón la noticia
se extendió rápido por Machala, lamentablemente, antes de mi recuperación, y
cuando aún me encontraba buscando el lugar adecuado para dormir, llegaron
familiares y amigas, a quienes debía atender, tratando de poner buena cara,
aunque eso sea difícil, especialmente en esos momentos. Las contracciones iban
en aumento, quizá al mismo ritmo que aumentaban mis latidos cardiacos y mi
presión arterial, y en un momento de descuido de familiares y amigas, –y
especialmente de las enfermeras– ingresé a un quirófano desocupado, y me
acomodé plácidamente, calculando que, hasta que Nelly dé a luz, yo estaría
recuperado.
Craso error, cuando estaba
cerrando los ojos, empecé a escuchar una frase entonada por mis amigas, Saharita,
Paty, Priscilla, Janeth, que no he podido sacar de la memoria, dada la
intensidad con que se repetía, la buena voluntad con que se la decía, y el
deterioro paulatino de mi condición:
– ¡Puja, Nelly, puja! –
– ¡Puja, Nelly, puja! –
Nunca supe si a Nelly le afectó
de alguna manera en su trabajo para el parto natural, o si tal vez los dolores opacaban
la barra que le hacían las amigas, pero si estoy seguro, que a mí me afectó
profundamente pues no me permitió recuperarme, y por el contrario incrementó
mis malestares, era un sumatorio de factores negativos: las preocupaciones por
el parto, más los malestares por el exceso de la bebida, y más la barra
repetitiva que a viva voz decían las amigas. Recuerdo que decidí levantarme del
quirófano, diciendo:
– ¡Nunca más vuelvo a tomar! –
Todas mis dolencias continuaron
hasta el momento en que me avisaron que había nacido Sole, que ambas –Nelly y
Sole– estaban bien, y en el instante mismo, en que pude tenerla entre mis
brazos todos los malestares desaparecieron. –“Se había terminado la culpa,
había funcionado la magia”–
Confieso que en ese momento pensé
que sería apropiado abrir una botella de whisky para celebrar como Dios manda,
pero no había tenido tiempo ni fuerzas para encargarme de eso, antes de ir a la
clínica, y quedó el asunto para otra ocasión. Mi padre había ido a la escuela a
retirar a Jimena y a Marcela para llevarlas a la clínica, y allí, en ese lugar,
en algún sector de la vía a Puerto Bolívar en esa época todavía con el olor del
lodo y el manglar, pude ver mi existencia completa, con mi esposa, mis tres
hijas, mis familiares y mis amigos, y pensé que El Señor me favorecía, incluso
había desaparecido mi chuchaqui.
Diez años atrás, el 8 de enero de
1980, había nacido Jimena, vivíamos en casa de mi suegro, el Dr. Wilches, hasta
construir nuestra primera casa en la vía al puerto, habíamos regresado de
Guayaquil en 1979, con el título bajo el brazo, y con un contrato en Autoridad
Portuaria como Supervisor en la construcción del Muelle Marginal. Junto a la
casa de mi suegro estaba la Clínica Wilches, con una puerta interior que las
comunicaba. Había decidido acompañar a Nelly en su primer parto, sosteniendo
sus manos con mis manos y resistiendo con fuerza las uñas que me clavaba
mientras me gritaba, –seguramente pensaba, y con razón, que yo era el causante
de sus males– hasta que el Dr. Wilches anunció
que ya iba a salir, creo que la expresión que utilizo fue –está coronando– y
antes de causar problemas en la sala, pues sentía debilidad en las piernas y
una angustia en el corazón, en un descuido de Nelly solté sus manos, tomé el
corredor de la clínica, crucé la puerta, y me abandoné en la sala de la casa
hasta que me avisaron que podía ir a verlas. – La impresión era muy fuerte para un
espíritu tan débil –
La presión que significó para mi
suegro traer al mundo a su primera nieta le provocó un malestar en todo el
cuerpo, durante tres días casi no podía caminar por los dolores en las piernas,
de manera que, dos años después, cuando iba a nacer Marcela, el 27 de abril de
1982, la familia le recomendó buscar a un amigo para que intervenga en el
parto. Y así se hizo, con un pequeño inconveniente que no fue considerado, que
se eligió al Dr. Vinicio Díaz, íntimo amigo de mi suegro, y ambos, conversadores
por excelencia y contadores de cachos, de tal manera que, intentando yo, otra
vez, acompañar a Nelly durante todo el parto, no pude resistir que, mientras
Nelly gritaba y me clavaba las uñas en mis manos, –quizás, nuevamente con el
sentimiento de desquitarse por considerarme culpable de tenerla en esa
situación– los dos doctores estaban muertos de risa contando cacho tras cacho,
que a mí no me hacían ninguna gracia, y estoy seguro que a Nelly tampoco, razón
por la cual tuve que retirarme nuevamente, pues no había forma de cambiar la
situación, no me atrevía a decirles, aunque quería, –Doctores, por favor, concéntrense en su
trabajo– o tal vez decirles – cómo pueden estar contando cachos en una
situación como ésta?–
Tres partos con suerte, cada uno
con un recuerdo, tres hijas magníficas que me dio el Señor, como para enfrentar
la vida hasta el final junto a Nelly, con estas memorias de una vida plena.
Hoy en la tarde, mientras escribía este blog,
llamé a mis amigas para comprobar mi memoria del grito – ¡Puja Nelly, puja! –
pero no fue posible, ni Saharita ni Paty lo recuerdan, me dijeron que no se
acordaban ni de lo que habían hecho ayer –Qué memoria, Dios mío, candidatas al
alemán–. Pero Nelly si lo recuerda y yo lo tengo clavado en mi memoria, de
manera que lo doy por un hecho cierto.
"La vida no es la
que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla"
Gabriel García Márquez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario