Memorias de un jubilado - 05
El infierno en Salatí
La primera vez que falleció mi
esposa Nelly, estábamos solos en la habitación de la Clínica de Traumatología,
en la madrugada del miércoles 28 de noviembre del 2007, la habían pasado de
cuidados intensivos a una habitación, se había quejado toda la noche de dolor
en la cabeza, el médico de turno no lograba calmar el dolor, al comienzo le
pedía que haga algo, después le exigía, y le rogaba que llame al Doctor
Larriva, para que la atienda.
En la madrugada no paraba de
quejarse y comenzó a gritar, sus gritos se oían en toda la clínica, me
aseguraban que el doctor venía en camino, no sabía qué hacer, estaba sentado en
una silla de la habitación con la frente entre mis manos, cuando de repente me
di cuenta que algo extraño sucedía, ya no había gritos.
–Mami– dijo Nelly, mirando hacia
su izquierda, con una sonrisa en los labios.
Me quedé espeluznado, su Mamá
había fallecido muchos años antes, no podía asimilar lo que estaba viendo, el
dolor y los gritos habían terminado, en su rostro había tranquilidad, y escuché
unas palabras que al comienzo no entendía, pero que enseguida me hicieron
comprender que se estaba yendo: “Las hilachas de tu manto, Señor, déjame
tocarlas”.
Unos días antes, el jueves 22 de
noviembre del 2007, debimos viajar a Salatí, con mi amigo Fernando Rosemberg,
para una reunión con las autoridades y fuerzas vivas de esta parroquia. –
¿y dónde queda Salatí? –, es la entrada al infierno de la “Divina Comedia” de Dante.
Es una parroquia rural del cantón
Portovelo, con el que se conecta por medio de un camino veraniego, de sólo 14
kilómetros, denominada La Tira, que en camioneta particular lo recorrimos en 45
minutos aproximadamente, y que ni siquiera consta esta vía en el mapa, un
verdadero camino de herradura que en invierno es intransitable. Pero este recorrido
se extendió 30 minutos más, los moradores pedían que el proyecto de carretera
se amplíe hasta la frontera con Loja, un sector denominado Libertad. Sin señal
telefónica en este último tramo y sin señales de vida. Ahí no había nada.Era cerca del mediodía, le había pedido a Fernando que al regresar a Salatí no acepte invitaciones a almorzar el clásico seco de pollo, mejor ir hasta Zaruma y almorzar un verdadero Tigrillo. Así se hizo y cuando nos despedíamos de las autoridades en el parque de Salatí, sonó el celular de Fernando –ya teníamos señal– y con un rostro totalmente serio me dijo:
–Javier, apúrate, tenemos que
regresar a Machala, Nelly ha tenido un accidente–
Nunca olvidaré el viaje de
regreso, era como tratar de salir del infierno, no quise dejar de manejar,
prefería mantenerme concentrado en ese camino de herradura que es
Salatí-Portovelo, con la oculta intención de disminuir la ansiedad, pero era inútil,
todas las dudas se revolcaban en mi mente, y todos los temores de que la
información que le llegaba a Fernando, o que me trasmitiera, no fuese completa,
me abrumaban. Pensaba en la muerte o en las consecuencias trágicas de un
choque, tanto para Nelly como para los otros dos chicos que iban en la moto.
Ya en la carretera
Portovelo-Piñas recibí la llamada de mi amiga Sarita y después de mis hijas,
que me tranquilizaron, me aseguraban que no había peligro para Nelly, que
estaba en la clínica y que la tenían que operar, Sarita llamaba continuamente,
se convirtió en mi copiloto, y me pedía que
permita que Fernando maneje, pero no podía aceptar. En algún lugar de la
carretera detuve el carro para llorar y gritar, y para pedirle al Señor que me
permita ver a Nelly con vida después de ese largo viaje.
El doctor Larriva por fin llegó a
la habitación y me dijo apurado
–Tiene que salir enseguida, voy a
tratar de estabilizar a su esposa–
Me encontré solo en una sala de
espera de ese piso, pidiéndoles al Señor y a la Mamá de Nelly que me permitan
tenerla un poco más, que no se la lleven, que aún teníamos cosas que arreglar,
no recordaba como orar, así que me dediqué a hablarle al Señor, para tratar de
convencerlo. En una pared de esta sala había una imagen de Él. Horas más tarde
el doctor me avisó que los signos vitales de Nelly se habían estabilizado y que
la estaban llevando otra vez a cuidados intensivos. De acuerdo a lo que viví
esa madrugada, Nelly se estaba yendo, y por alguna extraña razón el Señor
escuchó mi súplica y permitió su regreso.
En días anteriores empezamos a
arreglar las cosas para Navidad, y como faltaban luces, Nelly fue al Paseo
Shopping a comprarlas, justo el día que viajé a Salatí, al salir del Shopping y
tratar de cruzar la avenida una moto chocó en su puerta, iban dos chicos, el
que manejaba no intentó frenar ni eludir el choque, no hubo huellas de ninguna
maniobra, y al chocar salió volando de la moto directo a la cara de mi esposa,
que cayó hacia el otro asiento, con la cabeza hacia el piso, ya sin conciencia
alguna. El otro chico que iba en la moto, quedó inconsciente en el techo de la
camioneta que por inercia atravesó la vía, en ese instante –cosa extraña– no cruzo
ningún carro por el otro carril, y fue a estrellarse contra unos pilaretes de
hormigón de una cerca que la detuvieron, evitando la caída de unos 2 metros de profundidad en un terreno
sin rellenar frente al Shopping.
Una ambulancia la llevó a la
clínica e ingresó por emergencia, en donde la pude ver cuando por fin terminó
mi viaje de Salatí a Machala, había muchos amigos que me esperaban, en la entrada
me abracé con mis hijas. El golpe en la cara de Nelly la había cambiado, estaba
hinchada y las huellas de los vidrios en su cara, eran evidentes, estaba
inconsciente, tomé sus manos y me acerque a su oído para decirle bajito
–No te vayas, te necesito. Yo te
amo–
Los doctores me explicaron que
tenía tres fracturas en la mandíbula y que ya habían llamado a un especialista
de Guayaquil para que la opere el sábado, había que colocarle placas de
Titanio. El sábado, muy temprano en la mañana, me despertó el especialista en
cirugía maxilofacial y su asistente, acababan de llegar de Guayaquil e iban a
operar de inmediato, examinó a Nelly y me dijo
–Su esposa tiene la mitad de la
cara paralizada–
–Noo, Dios mío! –
Era golpe tras golpe, –nadie lo
había mencionado, sólo hablaban de las fracturas–, la operación demoró varias
horas y relativamente fue exitosa, en lo que se refiere a la colocación de las
placas, pero el impacto de la cabeza del motociclista en la cara de Nelly,
había causado un daño irreparable, el nervio principal del lado izquierdo había
sido cortado, afectando a la mitad de la cara, todos los nervios menores de la
quijada habían quedado “sueltos” y debíamos prepararnos para una rehabilitación
que podía durar varios años y sobre la cual nadie podía garantizar nada.
Cuando le dieron de alta regresamos a la casa e
iniciamos enseguida la rehabilitación, Nelly debía usar un parche como los de
pirata, en el ojo bueno, para estimular el trabajo y la recuperación del ojo
dañado, y por un tiempo, debía usar un bastón, pues la pierna también había
sido lesionada, y tenía tendencia a ir hacia la izquierda.
Meses después decidimos que ya
era hora de volver al Shopping a enfrentar los fantasmas del accidente, Nelly
temblaba, la bajé del carro, y la llevé del brazo, el espectáculo debía ser
impresionante, un tipo calvo y de mala facha, llevaba del brazo a una señora
con un bastón y con un parche en el ojo, una fotografía hubiese sido un buen
recuerdo de esa época, y la hubiese podido publicar en este blog. Muchas amigas
se acercaban a Nelly lamentando la pérdida de su ojo –lo suponían por el parche
que llevaba– ella les explicaba que ese era el ojo bueno, alguien debe haber
pensado –si ese es el bueno cómo será el malo–.
Durante años Nelly se sometió a
varios tipos de rehabilitación, probamos masajes, acupuntura, vibraciones,
calor, tanto en Machala como en Guayaquil, y obtuvo un buen porcentaje de
mejoría, y se acostumbró a vivir con aquella parte que no se pudo rehabilitar.
Para mí sigue siendo la misma que
conocí en el verano del 73’ y con quien me casé en el 76’, dentro de poco,
vamos a cumplir 37 años de casados y 40 años de enamorados, y pensamos agradecer
al Señor que nos permitió seguir juntos un ratito más.
Más allá del lado humano y emocional de este conmovedor relato hay un estilo muy fresco, natural y fluido que refleja dominio del lenguaje coloquial propio de un blog. La intercalación de situaciones, incluidos los pensamientos y sentimientos, no necesariamente en orden cronológico, es propia de los escritores del boom de una generación algo más que anterior a la nuestra de esta parte de América, por lo que se te adivina como un gran lector. El espacio es muy corto para un comentario lierarario, y tampoco lo pretendo, pero soy también una aficionada, y al igual que tú, dedicada a un oficio técnico que nada tiene que ver con la lietratura. Solo quiero decirte que me ha encantado leerte, puedes serel cronista de tu generación en tu ciudad, continúa con tu blog, me tendrás entre tus seguidoras. Felicitaciones!
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